jueves, 3 de diciembre de 2009

La crisis del siglo XIV entre el apocalipsis terrenal y los conflictos político-sociales de la Europa occidental.

¡Aut vincere, aut mori! (¡O vencer, o morir!) Esta frase latina podría resumir grosso modo la etapa crítica del siglo XIV. Las estructuras económicas y sociales entraron en un proceso de deterioro irrefrenable. Los estados nacientes se lanzan hacia una brutal campaña militar en búsqueda de la hegemonía, necesaria para su consolidación y posterior expansión. Las masas urbanas y la población campesina generan revueltas en oposición a los designios de la aristocracia terrateniente. Toda la agitación social terminará ahogada en sangre. Por ello, qué duda cabe la crisis del siglo XIV evidenció un punto de quiebre en el proceso histórico de Europa occidental. Como bien lo afirmara Georges Duby desde el siglo XII hasta fines del siglo XIII Europa se halla en su mejor momento. Un cambio climático favorable para la producción agrícola permitirá el desarrollo económico de una poderosa aristocracia, y en las urbes surgirá la burguesía. Empero, esta etapa a la que Duby denomina de ‘dicha’ culminará trágicamente. Un nuevo giro en las condiciones geográfico-ambientales hará que la temperatura disminuya progresivamente, lo cual perjudicará la producción agrícola. Así lo señalan Romano y Tenenti cuando manifiestan que se instala en el escenario rural un proceso destructivo a partir de la dinámica conjunta de las variables carestía y peste. La carestía de productos de pan llevar necesarios para la alimentación de los campesinos desencadenará una creciente migración del campo hacia la ciudad. La falta sobre todo de trigo obligará a los campesinos a migrar a la ciudad en búsqueda de trabajo y alimentos. Esto generará un total descontrol en las ciudades, al punto de desembocar en mayores problemas sociales como producto de las pésimas condiciones de salud y del hacinamiento de las masas. A esto se suma el flagelo de las enfermedades cuyo tratamiento no sólo era costoso, sino incluso impensable debido a los escasos o nulos estudios en el campo de la medicina. Romano y Tenenti también afirman que la población descendió a niveles alarmantes como efecto de la dinámica carestía-peste. En el caso de las ciudades, como ya lo manifestamos, el hacinamiento de las masas populares posibilitó el recrudecimiento de focos infecciosos que diezmaron a la población. Es así, que la peste negra encontró una Europa deleznable: poblacional y económicamente. Como bien se afirma no fueron las ratas las culpables directas de la dispersión a ultranza de esta enfermedad, sino las condiciones materiales en las cuales se desenvolvió. Esto incluye los malos manejos en cuanto a políticas de salud debido al poco interés por la investigación científica como correlato del freno doctrinario del aparato católico y el peso específico de la universidad cooptada por la filosofía escolástica. Así mismo, el siglo XIV es el acabose del poder real de la aristocracia terrateniente. Mutatis mutandis es el santo y seña de la clase nobiliaria. La crisis agrícola erosiona los cimientos de la vieja feudalidad. La nobleza mutará siguiendo la secuencia gatopardista del príncipe de Lampedusa: cambiar todo para que no cambie nada. En el nuevo escenario político comienzan a estructurarse las redes de dominación palaciega, donde el despilfarro y la concupiscencia áulica serán las bases ideológicas de ese engendro denominado ancien regime. El pacto con el programa político del emergente Estado moderno le otorgará a la nobleza una renovada caracterología reaccionaria como correlato del despliegue de sus fuerzas ideológicas. La clase nobiliaria y sus requiebros mentales y conductuales pasarán a engrosar los baluartes ideológicos del armatoste estatal. Así, se convierten en un apéndice necesario para el control ideológico de las masas. Entonces, de facto el ancien regime comienza a erosionar las valetudinarias bases del tejido social. Ante ello, los sectores mayoritarios desencadenarán movilizaciones sociales con miras de frenar los abusos de la nobleza palaciega. Ahora, no todos los nobles se auparon a las espaldas de la monarquía absoluta. Algunos fueron arrasados del mapa como efecto de los alzamientos campesinos, la crisis agrícola y la nueva praxis jurídico-contractual que otorgaba la tierra a los antiguos siervos en calidad de bien inmueble arrendado. Este alquiler de la tierra a cambio de dinero originó el declive del poder señorial y el surgimiento de un pequeño campesino libre con un interesante poder adquisitivo que le permitía comprar en las ciudades, incluso movilizarse con miras de generar una actividad comercial propia. De otro lado, la guerra de los cien años fue una disputa político militar que ahondó más la crisis económica y social del siglo de marras. Este enfrentamiento bélico afecto sobremanera al campesinado, ya que sus cosechas eran decomisadas para abastecer a las milicias del leviatán. El estado de guerra permanente perjudicó los intereses no sólo de los campesinos, sino también los del pequeño artesano en las ciudades, ya que sus rutas de comercialización terminaban casi siempre bloqueadas. Empero, esta guerra que hizo más brutal las secuelas de la crisis del siglo XIV evidenció un posicionamiento del Estado moderno. Los ejércitos imperiales se profesionalizan, y la lucha es ahora por la hegemonía y el control de un territorio con miras de efectivizar el desarrollo estatal.