martes, 2 de febrero de 2010

Análisis de la crisis estructural en la Europa del siglo XVII

Lima-Perú. adelantecronopio@hotmail.com http://cronopiocortazar.blogspot.com Una de las etapas clave para comprender el posicionamiento del liberalismo inglés y la explosión revolucionaria de la clase burguesa en Francia es sin duda el contexto de crisis que sacudió Europa durante el siglo XVII. La teoría histórica nos permite entender que las crisis desencadenan todo un conjunto de cambios y transformaciones que movilizan las agencias sociales y remecen las estructuras económicas y los cimientos políticos del establishment. Los procesos acontecidos desde fines del siglo XVI e inicios del siglo XVII no escapan a este razonamiento, más bien lo confirman con rigor. Entre los antecedentes de la crisis podemos mencionar la singular funcionalidad del sistema monetario, donde circulaban a fines del siglo XVI tres tipos de monedas, muy dependientes del avituallamiento de metales preciosos traídos de América. Esta dependencia de los recursos minerales del nuevo mundo evidenció la debilidad del sistema monetario europeo respecto de los vertiginosos cambios en la oferta y demanda del oro y la plata. El monopolio de la acuñación estatal y el manejo de la circulación monetaria requerían de mecanismos sofisticados y rigurosamente elaborados con miras de enfrentar cualquier peligro que colocara a tiro de piedra la economía del sistema. Otro elemento a tomar en cuenta como un antecedente de la crisis fue el decrecimiento de la población. A diferencia de fines del siglo XVI donde se observa un crecimiento y una estabilización de los indicadores demográficos, a inicios y mediados del siglo XVII se evidencia la caída del número de habitantes como resultado del recrudecimiento de los enfrentamientos bélicos, la hambruna y las epidemias. Las guerras eran una necesidad para la consolidación de los estados y para el robustecimiento de las clases dominantes. Esto es lo que el sociólogo alemán Robert Michels denominó la ley de hierro de la oligarquía, la imperiosa urgencia de ganar posiciones económicas y políticas en vías de perennizar el apparatchik, a partir del accionar de la guerra. Ahora, en el enfoque marxista hay guerras justas e injustas. Demás está decir que en los procesos acaecidos durante el siglo XVII la totalidad de las guerras fueron desencadenadas por las viejas casas monárquicas. La masa campesina fue víctima directa de los arrebatos belicistas de la clase nobiliaria. La crisis agrícola y las confiscaciones, así como las destrucciones de los campos originaron una brutal hambruna. A esto se sumaron los recurrentes ataques de enfermedades y epidemias que diezmaron a una población carente de recursos suficientes para enfrentarlas, lo mismo que la ausencia de conocimientos en el campo de la ciencia médica capaces de diseñar remedios y vacunas efectivas. Entonces, qué duda cabe, uno de los mayores problemas que tuvo que enfrentar la Europa del siglo XVII fue la crisis agraria. Como en tiempos del colapso del siglo XIV el campo fue el centro neurálgico de la dinámica de un proceso en espiral, recurrente y crítico de larga duración. Esto tiene su correlato en la denominada pequeña edad del hielo que sacude por entonces la vieja civilización europea. Con la disminución de la producción agrícola las masas campesinas desatan protestas y movilizaciones en pro de su bienestar. El encarecimiento de los productos agrícolas es muy notorio en las ciudades lo que genera desmanes en la población citadina. Empero, la crisis del campo fue superada con éxito por los ingleses y holandeses. A pesar del combate que les dio Tomás Moro en su libro Utopía a los ‘ogros’ de la nobleza que extendían a mansalva la ganadería en perjuicio de las ingentes masas de labriegos y campesinos quitándoles su fuente de trabajo; el estado inglés planificó sus estrategias para enfrentar la crisis agrícola, exento de una heterodoxia propia de su tiempo, a partir del mejoramiento y rotación de las tierras, así mismo desarrolló su potencial ganadero. Un ejemplo similar lo hallamos en el caso holandés a través de una suerte de roturación novedosa denominada pólder. La mención tanto de Inglaterra como de Holanda nos lleva a la concreción de una aseveración por demás evidente, de que en cada proceso de crisis habrá sectores que colapsarán, pero también existirán estructuras económicas y políticas que se adaptarán y lograrán sobrevivir. Durante la crisis del siglo XVII la peor parte la lleva no sólo la monarquía española, sino la población de modestas condiciones que habita en sus predios. El politólogo italiano Vilfredo Pareto afirmó que en política sólo había lugar para zorros y leones. Pues en el siglo XVII, en la gran maquinaria política de la metrópoli española sólo había acémilas. Los sucesores en el trono tras la muerte de Felipe II fueron un mejunje de incuria e ineficiencia absoluta. Por ello, una de las causas de este fenómeno de crisis estructural también se debe a la inoperancia de la clase dominante en España que no supo administrar eficazmente sus colonias, lo cual permitió a su vez el incremento desmedido de la pesada deuda pública. Los excesivos gastos del estado monárquico no sólo garantizaron la pervivencia de una burocracia adicta y el avituallamiento de un ejército permanente, sino también el fortalecimiento de las redes funcionales de la corrupción tanto en metrópoli como en las colonias. En esta dinámica los desbarajustes producidos en el erario obligaron a echar mano de la masa tributaria. El incremento de los impuestos generó un efecto búmeran para el aparato estatal pues hasta cierto punto galvanizaron las arcas públicas, pero los conflictos sociales siguieron una espiral de violencia sin retorno hasta la concreción de una malquerida independencia. El escenario internacional se presenta no sólo como una guerra por la consolidación territorial, sino también como un combate directo a nivel comercial entre los jóvenes estados y monarquías europeas. Así, en el siglo XVII se produce una depresión comercial que tendrá como causa principal la confluencia de dos procesos negativos para la economía europea. En primer lugar, la caída de la producción de plata de las minas de América y en segundo lugar el exceso de stocks en el mercado del oriente. Con ello, dos de las rutas comerciales más importantes para Europa entraron en un proceso de franca crisis. Empero, al alimón de estos eventos tanto el establishment inglés como el holandés estructuraron un paquete de medidas eficaces que les permitió vadear la crisis y consolidar sus respectivas economías. Es así como el proceso inflacionario del siglo XVII sólo perjudicará a las economías más vulnerables, entre ellas tanto la de la monarquía española, como la de los estados italianos. El sociólogo alemán Niklas Luhmann para darle consistencia a la teoría de los sistemas sociales, muy alejada de las tesis de Talcott Parsons y Ralph Dahrendorf, nos propone la categoría de autopoiesis, circunscrita a la creación de elementos propios del sistema que salvaguardan la continuidad y la integridad del mismo a pesar de los estadios de crisis, con lo cual le otorga un grado mayor de funcionalidad a los sistemas aduciendo una dinámica propia de generación y autorregulación. Intertextualizando este criterio podremos decir que las monarquías modernas del siglo XVII, en el contexto de crisis estructural del sistema urgieron de soluciones efectivas con miras de evitar sobre todo un estallido social semejante al de las guerras campesinas de 1525. Es así como a nivel del programa ideológico ocurre un viraje importante al posicionarse las tesis de una mayor presencia del estado en la economía. Los mecanismos proteccionistas permitirán la concreción de una clase dirigente tendiente a generar focos de desarrollo fabril, control monetario, unidad económica del país y orden en las finanzas. Por lo menos la fórmula funcionó en el eje del mar del Norte donde las burguesías de Inglaterra y Holanda fortalecieron un área comercial capaz de desplazar al antiguo eje mercantil situado en el Mediterráneo. Mientras en el campo como en las épocas del colapso de la Roma imperial la aristocracia se lanzará en la búsqueda de tierras con miras de fortalecer su posición social al amparo de una monarquía absolutista ávida de marionetas que actúen como resortes del poder en la dinámica del control social sobre las masas. En suma, los efectos de la crisis del siglo XVII favorecerán el proceso de fortalecimiento del capitalismo, sobre todo en Holanda e Inglaterra, llegando incluso este último a viabilizar una revolución industrial que marcaría la historia del siglo XVIII. Igualmente, a partir de las secuelas de esta crisis se puede explicar la debacle financiera de España quien echará mano del incremento tributario a partir de un programa encabezado por la casa de los Borbón; ello sin dejar de lado el in crescendo de los conflictos sociales en Francia como producto del choque entre los intereses de la burguesía y la nobleza, los cuales desencadenarán los procesos revolucionarios del siglo XVIII.