lunes, 11 de enero de 2010

¿Qué se entiende por moral, y cuál es su aporte en la dinámica del proceso pedagógico?

Lima-Perú. adelantecronopio@hotmail.com http://cronopiocortazar.blogspot.com Delimitar el concepto de moral es un trabajo por demás arduo y complicado. El enfoque para el estudio del mencionado semema podría partir desde una óptica filosófica hasta recalar en las dehesas del análisis científico social, psicológico-pedagógico e incluso jurídico-político. La literatura sobre esta profunda temática nos presenta una amplia gama de perspectivas para entender y comprender el concepto de moral, siempre teniendo como elemento teleológico, en el marco de nuestras disquisiciones pedagógicas, el desarrollo del proceso educativo. Ahora, desde la perspectiva de Xavier Zubiri podemos manifestar que a lo largo de la historia el hombre ha intentado darle respuesta a un sinnúmero de problemas que lo aquejan. Bajo un análisis que nos trae a la memoria las categorías de ‘incitación’ y ‘respuesta’ de Arnold Toynbee, Zubiri nos plantea que en el hombre siempre ha existido una suerte de protomoral, la misma que le ha permitido desarrollarse como ser humano en una constante interrelación con el medio geográfico y social. La realidad circundante estimula al ser humano, y lo obliga a dar respuesta a partir del surgimiento de posibilidades elegibles. El hombre optará siempre por una de ellas bajo una justificación racional. Este proceso electivo genera a su vez un compromiso y una responsabilidad con los efectos que se produzcan a partir de esta dinámica. Se colige que el ser humano tiene que optar entre hacer lo correcto o lo incorrecto, siempre ciñéndose a un juicio racional capaz de sopesar la importancia del contexto social y la especificidad cultural, amén de ir asumiendo como suyos los referentes dignos de respeto social. De aquí podemos desprender el concepto de moral; como apunta Adela Cortina el mismo sería la capacidad para enfrentar la vida en abierta oposición a ‘desmoralización’. La prédica de la doctora Cortina nos trae a la memoria los postulados vitalistas de Henry Bergson. Para Adela Cortina es importante que una sociedad se muestre con ‘altura moral’, es decir, que sus niveles de autoreflexión y de diálogo intersubjetivo sean altos. Verbi gracia de ello sería la sociedad norteamericana, donde hasta la actualidad coexisten, políticamente hablando, ideas conservadoras y progresistas en un tejido social muy diverso. Para John Rawls es esa coexistencia pacífica y democrática la que permite sustentar no sólo el apparatchik político de la nación, sino sobre todo su pervivencia en el futuro. Entonces, la moral se halla en nosotros. Los seres humanos somos los únicos con la capacidad para discernir entre hacer algo porque creemos que es bueno y no hacer otra cosa a la que juzgamos de mala o sujeta a desprecio y descalificación de la sociedad. Ahora, en este conjunto de ideas el autoconocimiento es la piedra de toque para comprender la moral. A partir de aquí la sinergia de la eticidad discursiva con los procesos educativos se hace muy notoria. Por ello, ya desde las esferas del accionar pedagógico, el proceso educativo debe ser intenso en todos los ámbitos que involucren el desarrollo del niño. La moral cumple un rol fundamental en el proceso educativo. El cúmulo de ideas o referentes paradigmáticos de aprobación por parte de una sociedad son claves para un adecuado y eficaz aprendizaje del infante. Se desprende la necesidad de dinamizar procesos de aculturación como vía para el surgimiento de ciudadanos analíticos, críticos, libres y conscientes de su realidad. De otro lado, un Estado con ‘altura moral’ es aquel que viabiliza políticas educativas capaces de generar focos de debate y discusión en torno a la problemática nacional. Ello propicia el surgimiento de ciudadanos con ‘altura moral’, reflexivos, dialogantes, asertivos y prospectivos. Ese trabajo se vincula con el accionar de la familia, los medios de comunicación, la clase política y la sociedad civil. En su conjunto. Todos los resortes del poder deben de promover una adecuada educación en valores que fortalezca a cada miembro de la sociedad. Así mismo, el autoconocimiento implica también poder entender los pareceres y cosmovisiones del otredad. La capacidad dialógica entre los seres humanos se fundamenta a partir del manejo de un código lingüístico flexible, el mismo que tiene como elemento primordial la capacidad de ‘ponerse en el lugar del otro’. Ello generará lo que Kohlberg ha denominado ‘punto de vista moral’. La dinámica dialógica, dentro de un esquema de equilibrio y respeto por los derechos de los actores sociales garantiza un proceso comunicacional más democrático tendiente a propiciar soluciones discursivas que acerquen a las partes. Como bien dice Martínez Martín es importante el desarrollo de una educación como optimización humana, y para ello los procesos educativos deben tener como guía los argumentos teleológicos de la moral. En el marco de una dimensión proyectiva los procesos educativos deben contribuir en afirmar y fortalecer la personalidad cognitiva y social de los alumnos. Esto permitirá el crecimiento exponencial de la autoestima y el surgimiento de nuevas posibilidades de progreso económico y desarrollo académico. Un mayor vínculo familiar y amical serán finalmente los demiurgos de una sociedad plena de felicidad en donde la solidaridad se constituirá en el valor más importante que sostenga la moral de un pueblo. Este compromiso lo asume la persona desde una dimensión introyectiva. Además, desde la perspectiva del aprendizaje metacognitivo el ser humano reflexiona acerca de su propia conducta, de si ésta es adecuada o no lo es. El signo distintivo de esta autoconsciencia o autoconcepto es el comprender que no somos uno solo, sino por el contrario nos constituimos en un conjunto de seres humanos con múltiples diferencias las cuales nos permiten enriquecernos mutuamente en el contexto de una interrelación dialógica transparente, contante y democrática. Esto implica también el reconocernos como seres cosmopolitas capaces de asumir una posición y un compromiso respecto de la problemática económica, social, política, medio-ambiental, educativa, científica y cultural de nuestra aldea global. Por ello, creo que el papel del maestro en el aula es decisivo. Él se constituye en el propiciador del debate en relación a la praxis de la moral. Los contenidos vertidos por el maestro generan un foco de atención capaz de viabilizar discusiones constructoras de aprendizaje. Todo ello es posible en un sistema democrático que garantice el libre ejercicio de la heurística crítica. De lo que se trata es de acercar a los seres humanos en cuanto tales. Este objetivo se posibilita, según las apreciaciones de Kohlberg y Selman, a través del desarrollo y aprendizaje del niño dentro de un conjunto de estadios muy marcados. Arribar hacia el fortalecimiento de los vínculos solidarios es el objetivo de los procesos educativos guiados por la moral. Lo que se busca es generar una moral autónoma capaz de hilvanar un permanente y laborioso diálogo intersubjetivo. A este nivel podríamos hablar de la creación de una ‘personalidad moral’ basada en elementos claves como el carácter, la conducta, los valores, el razonamiento y las emociones, como bien lo detalla Marvin Berkowitz. Al amparo de una ‘comunidad justa’ el proyecto de generar una ‘personalidad moral’ se hace más factible. Comprender la importancia de la alteridad, de los valores como la solidaridad, de los derechos humanos y de la felicidad como fin ha alcanzar son los objetivos de una educación en esencia moral. La moral es creación eminentemente humana, por tanto, en el devenir histórico las condiciones materiales de la persona repercutirán sobremanera en la dinámica de la ‘altura moral’, y en la caracterología de la ‘personalidad moral’, la cual se moviliza en contextos fenomenológicos muy disímiles y siempre carentes de una lógica enraizada en un discurso desde la aplicabilidad de la justicia. Finalmente, podemos afirmar que nuestros proyectos y cosmovisiones prospectivas suelen constituirse en categorías kantianas; incluso desde lo político es evidente un cierto rasgo de socialdemocracia rawlsiana. Adolecemos de una perspectiva quimérica y poco realista respecto de los problemas que aquejan a nuestros pueblos. Como correlato de ello las prácticas políticas desde la institucionalidad se fracturan llegando a mellar los vasos comunicantes entre lo político y el accionar de la sociedad civil. Es así que, la praxis de la corrupción en los niveles más elevados de la institucionalidad quiebra los discursos jurídico-políticos del establishment y debilita el tejido social abriendo un camino irrefrenable hacia lo que Durkheim denominó: anomia. Urge no sólo resignificar los discursos de la eticidad, sino también hacer palmario un ejercicio más consciente de la praxis moral, sobre todo en la dinámica de los procesos educativos. No se trata de crear un sistema al estilo de Girolamo Savonarola, sino más bien de adquirir una dosis mayor de compromiso y voluntad no sólo política, sino también social respecto de la materialización de una conducta humana, personal y ciudadana más acorde con los paradigmas del discurso ético, cuyas bases ontológicas se hallan en los procesos de enseñanza-aprendizaje irradiados por el accionar del docente y la operatividad de la escuela.