sábado, 7 de mayo de 2011
Necropsia de un fujimorismo corrupto y criminal
Lima-Perú.
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07 de mayo de 2011.
Hace buen tiempo que no volvía a César Lombroso para explicarme algunos puntos referidos a la teoría positivista del crimen. El motivo de mi retorno al discurso del profesor italiano obedece al debate de la coyuntura electoral en torno al dizque errado aserto de vincular el pasado funesto del fujimontesinismo con las posibilidades de un “buen” gobierno bajo la presidencia de la hija del dictador de los noventa. Es cierto que las afirmaciones del criminólogo de Turín están ya fuera de contexto. A guisa de ello, no existen aún pruebas irrefutables acerca del delincuente nato. Por tanto, no podríamos colegir tampoco que los genes de un padre criminal sean fácilmente transferibles a la carga genética de la hija. Por lo demás, esto está fuera de discusión.
Lo que sí entra de lleno en el debate es la metástasis funcional del sistema corrupto de los años noventa que nuevamente irrumpe en el escenario político, no con la templanza y la vergüenza del arrepentido, sino más bien con la virulencia de un tozudo energúmeno, siempre al punto de despreciar las normas constitucionales y los principios jurídicos vinculados principalmente al tema de derechos humanos. Es ese el quid del asunto. No es tanto un problema de herencia biológica de caracteres, sino más bien la existencia de un grupo humano, bueno eso dicen ser, los que como primafásicos comechados desean alimentarse nuevamente de la pobreza, y porque no decirlo también de las riquezas de la mayoría de peruanos.
Ahora, se juzga con acertada acritud la praxis de un fujimontesinismo consubstancialmente corrupto y criminal; porque con los ladrones y galifardos no puede haber concesión alguna, tan sólo la reclusión carcelaria ipso facto. Así, son los badulaques que se nutrieron de los manuales de economía de Boloña quienes hoy intentan dar clases de desarrollo sostenible y redistribución de la riqueza. Para estos indeseables la única fórmula que viabilice el crecimiento es la ciega apuesta por los dinámicos desequilibrios del mercado. Del mismo modo, los archipámpanos también han regresado, y con la pata en alto, dispuestos a ganarse el puestito en la administración de un podrido fujimontesinismo. Por último se hallan los torvos galifardos, la fuerza de choque de la mafia. Son los Tontons Macoutes del dictador. Los discursos flamígeros de esta horda siempre ensayan en los medios de comunicación genuflexos un circunloquio lleno de bravatas como la expresada por una ex congresista y frustrada candidata presidencial quien no dudó en amenazar a la máxima autoridad del Poder Judicial.
En esencia es este el verdadero rostro del fujimontesinismo, el de la trapaza y el achoramiento. Nada ha cambiado en la caracterología política de esta red mafiosa. Sigue siendo una yakuza feroz que dosifica adecuadamente sus discursos. Para las élites prioriza los paradigmas ortodoxos del mercado, añadiéndole una cuota de control social sobre las expectativas de los sectores mayoritarios. De otro lado, su relación con la clase media es siempre proteica. Al contrario de su sinergia casi natural con los grupos más recalcitrantes y termocéfalos de la derecha peruana; con los sectores medios prima más bien un doble discurso tendiente a flexibilizar los espacios de acción de la protesta civil. Un meridiano ejemplo que advera esta última afirmación sigue siendo el proceso y destrucción de los principales sindicatos y gremios de trabajadores en la década de los noventa.
Qué duda cabe, el fujimontesinismo hizo trizas todas las herramientas políticas de la ciudadanía con el objetivo de neutralizar los diferentes movimientos sociales. Por ello privilegió decididamente sus nexos con una parte importante de las clases populares. En suma, desplegó el ejercicio de un asistencialismo retrechero tendiente a liquidar cualquier vestigio de descontento e insatisfacción social. Se logró así lo que Michel Foucault denomina la disciplina de los cuerpos, y también de las mentes. La lobotomía cerebral de buena parte de la ciudadanía se materializó a través de la puesta en marcha de un programa político-ideológico de derecha lumpen. De esta forma se aniquiló la funcionalidad democrática de la prensa para convertirla en una herramienta de control y direccionamiento social. Toda la maquinaria de la dictadura fujimontesinista apuntó siempre al rol preponderante de los medios de comunicación. En esa dinámica se hallan también hoy algunos de los periódicos y canales de televisión adictos al palo y la zanahoria. Así mismo, la telebasura sigue siendo un mecanismo de control casi recurrente para viabilizar los programas políticos del establishment autoritario.
Es este el torvo y fidedigno semblante del fujimontesinismo. Es la faz, hedionda y única, que muchos intentan escamotear con miras de salvaguardar intereses subalternos. Es un cáncer que se halla en metástasis donde incluso los sombríos representantes de la Iglesia han logrado acoplarlo con agrado. No fue acaso un purpurado que hoy regenta la catedral de Lima quien se zurró en los derechos humanos, además de desgañitar sus sermones a favor del dictador genocida. Es entonces un fujimontesinismo de malas artes, soberbio y envalentonado cuando se encienden los micrófonos de las geishas; marrullero, corrupto, achorado, chusco y criminal.
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